‘Mujeres, cuidados y mercado laboral tras la pandemia’
Hace más de un año y medio que el Gobierno de España decretó el estado de alarma en todo el territorio español. Por segunda vez en la historia de la democracia española en España se decretaba este régimen excepcional, siendo la primera en 2010 debido a la crisis de los/las controladores/as aéreos.

La pandemia de la Covid-19 ha tenido un grave impacto sobre todas las esferas de nuestras vidas y, actualmente, empezamos a ver las graves consecuencias que, a medio plazo, emanan de esta. En las siguientes líneas trataremos de esclarecer dicha cuestión dando respuesta a cuestiones como: ¿cómo ha afectado la Covid-19 a las mujeres?, ¿qué pasa con los cuidados?, ¿cómo es el mercado laboral post pandemia?
La actividad social con presencia física necesaria, se reduce, está desvalorizada y es mayormente femenina.
Previa a la presencia y el paso arrollador de la pandemia de la covid-19 ya estábamos asistiendo a un cambio notable en los procesos de producción que, entre otras características, se destaca la reducción de la presencia física en los lugares de trabajo o en otras actividades sociales. La presencia física directa está disminuyendo al ser sustituida por los formatos online, con todas las consecuencias que ello conlleva.
Sin duda realizar nuestro trabajo u otras interacciones sociales sin movernos del lugar en el que elijamos estar tiene grandes ventajas personales, ambientales, económicas, etc., pero tiene también numerosas desventajas. Entre estas últimas destacamos aquellos trabajos que, hoy por hoy, solo pueden llevarse a cabo de forma presencial. ¿Qué está pasando con ellos? Son empleos que quedan fuera del cada vez más omnipresente mundo digital.
Dada la gran valoración alcanzada por lo digital, aquello que no puede digitalizarse, por analogía, pierde valor. Lo no digital, lo personal se empieza a considerar menos moderno, menos impactante.
Esta desvalorización de lo presencial y lo natural frente a lo digital viene sucediendo desde los comienzos de la revolución industrial, instalándose en nuestras sociedades una devoción por lo artificial que está culminando ahora en la sobrevaloración acrítica de lo digital.
Los descubrimientos científico-técnicos nos han sido de gran valor, pero su uso acrítico, desmedido y poco responsable nos está llevando a un colapso energético y problemas tecnológicos de unas dimensiones actualmente incalculables, pero sin duda muy preocupantes. Por ello, seguiremos con ejemplos de desvalorización que vale la pena repensar. Nos referimos a todo el ámbito de los cuidados. Ámbito que, como sabemos, es mayoritariamente femenino. En diversos estudios se demuestra la presencia mayormente femenina entre las profesiones que más en contacto han estado con las personas enfermas de COVID-19, siendo estos trabajos mayormente presenciales tales como: asistentes/as personales, profesionales de la salud, limpiadores/as. La mayoría de estos trabajos presenciales están feminizados y, bien sabemos, que son poco valorados, tanto en salario como en prestigio social.
Según datos del Banco Mundial en un informe publicado en 2021, en todo el mundo, en torno al 80% del personal que ha trabajado directamente con las personas enfermas de COVID-19 son mujeres. En España, en las actividades sanitarias y de servicios sociales, el 76,4% de la ocupación son mujeres; en educación, son mujeres el 68%; en atención a los hogares son, así mismo mujeres el 87,7 % del total (Instituto Nacional de Estadística, Encuesta de Población Activa 2º Trimestre 2021).
¿Ha tenido reconocimiento ese esfuerzo -mayormente femenino- de trabajo directo con las personas enfermas de COVID-19 y de cuidados en general?
En diversos lugares del mundo, y desde luego en España, durante semanas y meses hubo un tipo de cuidados que la ciudadanía revalorizó y cuyo prestigio aumentó, el de los cuidados sanitarios. Pero ahí quedó todo, en aplausos cada atardecer desde los balcones y ventanas de todas las ciudades y pueblos españoles. No se produjo un debate social sobre la importancia de los cuidados, la fragilidad de las personas, por el hecho de serlo, y la necesidad de reubicar el foco de la economía en los cuidados.
Si a los y las profesionales no se les ha recompensado, qué decir de las mujeres que consiguieron convertir sus hogares en guarderías, ludotecas, centros de estudio y trabajo, comedores y espacio de cuidados y atención sanitaria. Tal vez sus propias familias se lo habrán reconocido con cariño y palabras afectuosas. Pero nada se ha hecho para compensar el que esta dedicación intensiva a otras personas haya retrasado su promoción profesional, como claramente se ha visto en el caso de las académicas que, como muchas otras mujeres, redujeron su tiempo dedicado a investigación y publicación para dedicarlo a sus familias, mientras que sus parejas masculinas, no lo hacían.
La vuelta a casa, retrotrae la independencia difícilmente alcanzada por las mujeres.
No es preciso detallar ni documentar por extenso el largo, difícil e inacabado proceso llevado a cabo por las mujeres para alcanzar un trabajo remunerado fuera del hogar y compatibilizarlo con las tareas de cuidado. Es de sobra conocido. El esfuerzo y el precio que han pagado muchas mujeres por esa independencia ha sido muy elevado, pero se ha conseguido en unos niveles de independencia económica y desarrollo profesional muy notables en buena parte del planeta. Aunque hay notorias desigualdades entre unos países y otros y entre grupos sociales en cada país. De todo este esfuerzo, quizá los mayores logros se hayan alcanzado en el nivel legislativo. Por el contrario, los logros son muy limitados en la corresponsabilidad masculina en los cuidados y en las tareas domésticas. El déficit masculino o la brecha de género de cuidados siguen siendo muy elevados incluso en los países con más altos índices de igualdad. En el caso de España, dado que la última Encuesta de Usos del Tiempo española es de 2009-2010, usaremos la información, más actualizada, de la Unión Europea que estima que la brecha de género en actividades doméstica es de 13 horas semanales de sobrecarga femenina.
Esta situación de todavía notable desigualdad en los cuidados -que obviamente, se realizan fundamentalmente en el hogar- se agravó, de forma considerable, en todo el mundo durante el confinamiento en casa de toda la familia. Las consecuencias han sido y siguen siendo diferentes por género. El incremento de tareas domésticas y de cuidado que supuso el confinamiento con el cierre de colegios, comedores escolares, ludotecas, universidades, restaurantes, parques infantiles, etc., etc., conllevó un claro incremento del trabajo doméstico y de cuidados de las mujeres, particularmente de aquellas con cargas familiares. Se estima que las mujeres europeas en hogares con menores de 12 años dedicaron de media. 62 horas semanales al cuidado de criaturas —frente a las 36 horas de los hombres— y 23 horas al trabajo doméstico —frente a las 15 horas de los hombres.
Para entender los efectos doble o triplemente perniciosos del confinamiento en las mujeres y, en particular de las mujeres con criaturas u otras personas dependientes en casa, es preciso combinar la sinergia negativa que se produce al combinar la mencionada brecha de cuidados con las diferencias de género en los empleos de alta presencialidad y los empleos digitalizados realizados en línea. Incluso en el caso de trabajos de las mismas características en cuanto a presencialidad/digitalización, el trabajo de las mujeres se ha resentido. Así, aunque, según los mencionados estudios, los hombres han aumentado sus actividades de cuidado durante la pandemia, al aumentar también (y en mayor proporción) el trabajo doméstico de las mujeres, la sobrecarga de ellas se amplió.
Hemos visto, hasta aquí la diversidad de reacciones y efectos de COVID-19 dependiente de la diversidad humana. Así mismo, ha aparecido la sinergia positiva entre desarrollo científico y tecnológico, pero de forma realmente grave se han agravado las desigualdades que nos acompañan y frente a las cuales el ritmo de mejora es muy lento.

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