‘LIDLT: la influencia de los mass media en los ‘neorealities’’
Es indiscutible que “La isla de las tentaciones” ha suscitado un gran debate en las redes sociales y en los primeros encuentros sociales “post”-pandemia con nuestros allegados. La ecuación es muy simple: se trata de un reality en el que esparcen a cinco parejas jóvenes con una sobredosis de hormonas que casi pueden traspasar nuestras pantallas, en dos mansiones de ensueño situadas en una isla caribeña.

A continuación, realizaré un minucioso análisis acerca de por qué “La isla de las tentaciones” se ha convertido en uno de los productos comunicativos de mayor impacto en la televisión nacional y que, desde el punto de vista sociológico y educativo, tiene algunos componentes que considero oportuno reseñar.
En primer lugar, convendría destacar que estamos hablando de un programa con casi tres millones de espectadores de media o, lo que es lo mismo, una cuota de pantalla de un 25%. Así pues, pese a las fuertes críticas o reticencias hacia dicho producto televisivo por parte de ciertos sectores de la sociedad, sabemos que el programa está generando un impacto, tanto directo como indirecto, hacia sus espectadores.
A lo largo de esta exposición de motivos trataré de dar respuesta a las siguientes cuestiones: ¿es el programa un fiel reflejo de la realidad?, ¿podría el reality convertirse en una herramienta útil para analizar nuestros comportamientos a través de la autoidentificación con los distintos integrantes?
La primera cuestión a la que aplicaremos la anterior ecuación es el marcado tinte heterosexual del programa. En este sentido sí parece estar bastante alejado de la realidad, puesto que actualmente la orientación sexual ya no es una cuestión tan estática ni dicotómica como lo era años atrás. Gracias a la imperante lucha por los derechos de las personas LGTBIQ+, la aceptación social hacia la diversidad sexual está creciendo cada vez más en detrimento de la marcada tendencia hacia la heterosexualidad.
En este sentido, sí he echado de menos que la diversidad estuviese presente en el programa para que este fuese más cercano a la realidad, especialmente por dos motivos: el primero, es que debe representarse a los colectivos oprimidos con el fin de seguir alentando la aceptación social; el segundo, porque es importante que los espectadores perciban que sus referentes abogan por la diversidad sentimental y, por tanto, que la heterosexualidad es solo una opción más entre todo un mar de posibilidades.
La segunda cuestión que me gustaría abordar es cómo la toxicidad parece estar a la orden del día en todas y cada una de las relaciones. Y es que el programa dota a los celos de un significado muy pernicioso: los celos como demostración de amor. Frases como: “si me pongo celoso es porque la quiero” alimentan esta idea, se aceptan y normalizan sin que a nadie le salten las alarmas en la cabeza, y no precisamente la famosa luz o alarma de la tentación, elemento novedoso de esta última edición. La relación parece ser causal y directamente proporcional: a más celos, más amor. Y siento ser yo la que os diga que esto no debería ser así. Los celos son un sentimiento que debemos percibir y trabajar, nunca desde la culpabilidad, sino desde el entendimiento: vivimos en una sociedad que sacraliza la monogamia tanto romántica como sexualmente. Deberíamos dejar de pensar en nuestras parejas como objetos y empezar a percibirlos como personas que nos acompañan durante un tiempo indeterminado en la vida. Y, así, preocuparnos por empezar a construir relaciones más sanas.
Considerando lo anterior, sí veo que el reality actúa como espejo de la realidad, puesto que cuestiones como los celos y la toxicidad siguen abanderando muchas de las relaciones que vemos a nuestro alrededor. En este sentido, el enfoque del programa puede llegar a ser pernicioso, puesto que alimenta ciertos valores que están muy alejados de lo que deberíamos preocuparnos por construir: relaciones sanas y basadas en la comunicación.
Como reflexión final, me gustaría añadir que este programa, debido a su alta cuota de pantalla y el perfil de su audiencia, es un producto televisivo con gran potencial como herramienta reeducadora. Es decir, tanto la televisión en concreto como los medios de comunicación en general, deberían empezar a preocuparse por analizar los efectos que pueden llegar a tener en la sociedad aquello que televisan. El poder que estos tienen en sus manos de cara a influenciar a los espectadores es muy potente y podría empezar a usarse para reeducar a la sociedad, en detrimento de, como sucede en “La isla de las tentaciones” seguir alimentando tendencias perniciosas.

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